En primer lugar, el aislamiento financiero derivado de las sanciones internacionales ha reducido drásticamente la capacidad de Rusia para interactuar con los mercados globales. La exclusión de Gazprombank del sistema financiero internacional, por ejemplo, ha restringido los pagos por exportaciones energéticas, dificultando la principal fuente de ingresos del país. Estas sanciones también han afectado al rublo, que ha perdido una parte considerable de su valor desde el inicio del conflicto en Ucrania. Aunque el gobierno ha intervenido para estabilizar la moneda, la inflación, ahora en niveles del 8.5%, se mantiene como una amenaza para la economía doméstica.
Por otro lado, la economía rusa ha adoptado un modelo fuertemente militarizado, con un aumento exponencial en el gasto en defensa. Este enfoque ha generado pleno empleo y crecimiento a corto plazo, pero ha desviado recursos de sectores productivos civiles, creando una dependencia insostenible de la industria militar. El llamado "keynesianismo militar" ha impulsado la actividad económica, pero la inflación y la presión sobre los salarios del sector privado han limitado los beneficios generales. Además, la capacidad productiva de Rusia, especialmente en armamento, se encuentra sobreexigida. La falta de acceso a tecnologías críticas, debido a las sanciones, ha dejado al país dependiendo de reservas estratégicas que se están agotando rápidamente.
En el frente energético, el descenso en los precios del petróleo y gas ha impactado las finanzas públicas, a pesar de los intentos del Kremlin por diversificar sus mercados hacia Asia. Los costos de logística y las dificultades para sortear las sanciones incrementan las limitaciones en esta industria clave, que tradicionalmente ha sostenido al presupuesto nacional. La depreciación del rublo, si bien permite exportaciones más competitivas, eleva los costos internos y dificulta la batalla contra la inflación, complicando aún más el panorama.
En suma, aunque la economía rusa ha mostrado resiliencia en contextos adversos, los desafíos actuales se agravan por la falta de acceso a tecnología, la dependencia de ingresos energéticos y un modelo económico hiperfocalizado en el gasto militar. Sin una solución al conflicto ucraniano y una reestructuración profunda de su economía, el riesgo de colapso parece cada vez más inminente.
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